simon_pedestal

simon_pedestal

lunes, 30 de enero de 2012

TODO ESTÁ PERDONADO, de Rafael Reig

Con un arranque de investigación policial, pero en la línea más satírica y esperpéntica, se inicia la acción con la muerte por envenenamiento de una mujer, Laura, que estaba a punto de casarse, una Gamazo, hija de la rancia oligarquía que domina el país desde siempre. A partir de ahí se va a desgranar, con saltos hacia atrás y hacia delante, la historia española desde los momentos finales de la República hasta la actualidad (la Eurocopa de 2008), y con saltos, también, de personaje en personaje, se va creando la trama que nos cuenta las historias personales de unos personajes paradigmáticos de una época o de todas las épocas de la vida española: la vida y vericuetos de la familia Gamazo, la existencia desastrada y superviviente del detective Carlos Clot, la desgraciada y militante vida de una chica de la limpieza, que no es lo que en principio se puede esperar de ella.
El narrador es un testigo no protagonista, beneficiario del régimen franquista, que cuenta , recrea e incluso fabula todas las historias entrelazadas que ocurrieron o que pudieron ocurrir en un relato lleno de sátira pero también de alegorías con tintes surrealistas, oníricos: un Madrid navegable, una sociedad sin automóviles por la carencia de petróleo, una sociedad donde se recluye en una especie de campos de concentración a yonkis y apestados sociales, una fortuna familiar engrandecida con el negocio de expendedoras de hostias consagradas, grupos religiosos casi mafiosos que detentan el poder económico y actúan como sectas, un terrorismo del GRAPO activo en la actualidad y altamente destructivo, etc.
La unión y mezcla de estos dos aspectos, el realismo testimonial y de denuncia por un lado (aunque no bajo un punto de vista maniqueo, sino siempre irónico y desgarrrado a veces) y el mundo ficticio y disparatado por otro, hacen de la novela una suerte de pandemónium que retrata la sociedad española más real desde una perspectiva cáustica y carnavalesca, próxima al esperpento de Valle-Inclán.
Uno de los aspectos que más sobresalen es cómo, en ese ir y venir en el tiempo, desde el franquismo a los tiempos actuales, el autor emplea el mismo tono, retrata a una sociedad igual a sí misma, con lo que apenas podemos discernir de qué época se nos habla a no ser por los personajes protagonistas. El autor consigue con maestría que veamos toda ese discurrir de la historia reciente española como un mismo e inalterable momento. Nos persigue la imagen de que todo es igual, todo es lo mismo. El inicio del nuevo milenio en España es idéntico a los años 50 ó 60 de la dictadura, los personajes actúan de la misma manera, la corrupción, la oligarquía de siempre, la miseria moral, los desclasados,...nada ha cambiado, básicamente porque “todo está perdonado”. El espejismo de la democracia ( “Santa Transición” mediante) sólo ha sido un simulacro orquestado por los que ya ostentaban el poder; los que ganaron la guerra, también “ganaron la paz”. Esto no sólo se postula, desde las historias, sino que se percibe claramente en ese retrato implacable que nos saca de la ilusión de un supuesto cambio para darnos de bruces con que estamos ante lo mismo, que nada ha cambiado y que no parece haber redención para la sociedad española. En este sentido, me resultó un lectura especialmente sobrecogedora: los espejos deformantes del callejón del gato siguen actuando en nuestra literatura para enseñarnos la cara más vil, menos amable y más desoladora de una sociedad sin esperanza.
El episodio en que el detective Clot descubre en plena relación erótica que la mujer exuberante y hermosa que tanto desean sus instintos resulta ser un hombre es significativo. Este simulacro de mujer es equiparable al simulacro de España: bajo la poderosa seducción se encuentra el fraude, la mentira. Sin embargo, Clot, que parece ser , junto con Charo, el personaje más digno de la trama, se deja llevar a la relación homosexual, sin oponer resistencia. Todo está perdonado y todos nos hemos dejado hacer, nos hemos dejado llevar, contra nuestra propia naturaleza.
La Transición no es más que un simulacro, se nos recuerda insistentemente. Los de arriba siguen siendo los mismos, que vieron lo oportuno de frenar los cambios reales, haciéndose abanderados de la democracia. En un momento dado viene a decir un oligarca: démosle bienestar y un  coche al obrero, démosle democracia, para que todo siga igual. El coste es menor, las ganancias, siempre las mismas, para los mismos.

“Tras la victoria, el hombre providencial fue el Generalísimo, que mantuvo en pie durante otros cuarenta años la Restauración sin rey, pero muy pronto con príncipe heredero.
Un siglo duraba ya la I Restauración. A partir de 1975 se hizo necesaria una II Restauración con nuevos materiales y alaeaciones más duraderas, pero impulsada en el mismo proyecto que impulsó Cánovas: un régime oligárquico adminstrado por instituciones democráticas.”

Pero esto podría hacer creer que se trata de una novela de tesis, y no lo es. Es una novela con afán demoledor, agresor de lo instituido. Es una revisión de lo convenientemente aceptado. Pero también es mucho más.
Resulta original  y un disparate lúcido el paralelismo que se establece desde el principio entre los fracasos y éxitos del fútbol español y la historia reciente de España, de modo que ambos transcurren hilvanados, para señalarnos el relato de un fracaso, a pesar de la victoria de 2008 en la Eurocopa, desde donde parte la novela. Aquí interviene la ficción: un atentado hunde las esperanzas de gloria tras la victoria, como, paralelamente, el mundo en apariencia democrático y de los nuevos valores en el que vivimos sigue siendo herencia disfrazada de ese mundo viejo, decadente y totalitario, herencia del franquismo y más allá del franquismo, de la oligarquía procedente del siglo XIX y que ya ensalzaba Cánovas.


Esta mezcla de lo serio y lo chusco, la crítica agria y la broma o el dislate, obedecen, a mi parecer a una amplia tradición hispana, que se prolonga en autores como Reig o, por supuesto, Orejudo (en Ventajas de viajar en tren, o en Un momento de descanso, a pesar de que el tema es ajeno al de esta novela, podemos respirar el mismo humor, la sátira, y ese gusto por la imaginación desbordada y delirante unidas a la visión deformada del mundo que nos rodea). Sin embargo, Reig me resulta más destructivo, más implacable, y en su teatro de títeres no deja uno con cabeza.
O quizá sí, se muestra más compasivo en la figura de Charo, la proletaria metida a terrorista, y en la de su madre, pues ambas siguieron el mismo designio: mujeres fuera de lo común, que no aceptaron lo impuesto (ni un matrimonio convencional, ni una vida sometida y gris) y optaron por la lucha, por cambiar lo establecido, aunque esta hubiera de ser una lucha cruel, al límite de la  atrocidad y la destrucción. El diálogo del final, con Clot, es representativo de este personaje contra lo convencional, que renuncia a la felicidad personal en favor de sus ideas:

“-¿Felices? ¿Allí, juntitos los dos? ¿Felices nosotros solos? ¿Sin ser parte del resto? No, gracias, Charlie. Yo no quiero olvidarme de todo lo demás. No quiero morir sola, en la oscuridad, sin que el marinero piense en mí. No quiero morir sola, en la inmensidad, sin que el minero piense en mí. No quiero un cachito de cielo para nosotros dos.(...)
El cielo hay que tomarlo por asalto y para todos, Charlie. No es un escondite. ¿Qué íbamos a hacer allí solos?(...)
Sí que estamos solos. Tú y yo no es más que un animal imaginario, la bestia de dos espaldas, la más fabulosa de todas las criaturas inventadas. Mucho más imposible que el ave fénix, que el unicornio o que el basilisco.”

Pero  no sólo hay sátira, también cierta compasión, en retratos como los de la Charo niña, que añora a su madre prófuga y resiste a las humillaciones del colegio de monjas con la cercanía de los libros que conservó de ella; o el de la Charo adolecescente con un amor triste de barrio descubriendo un sexo sin entusiasmo y con la salida de un matrimonio con sofá a plazos; o el del estupendo personaje Pachín Micawber, estudioso del espíritu (pneumatólogo), homosexual y estudioso del alma, honesto y desmesurado. También se salva, en cierta medida Carlos Clot, con su vida arrastrada y escéptica, pero no exenta de grandeza en su pequeñez.
Y el humor, muchas veces, es desternillante, como en el impagable episodio de la expedición vaticana a la montaña del Himalaya, para “tocar el cielo”, en que el padre O´Mulligan y la “sor sherpa” sobreviven a duras penas de un accidente en la escalada, e intentan llevarles la comunión (con los envases de hostias consagradas de Perico Gamazo) para que mueran cristianamente:

“En menos de cuatro horas consiguió los envases: dos obuses adaptados para funcionar como sagrario, con capacidad para media docena de obleas.
El propio Juan Pablo II las consagró y Estados Unidos ofreció (también gratis total) uno de los nuevos Black Hawks eléctricos para la misión.
Hubo que pintar el helicóptero de blanco pureza, para que evocara la paloma del Espíritu Santo, en lugar del siniestro halcón negro.
El lanzamiento fue un éxito(...) Comulgaron in situ, a casi 6000 metros de altitud.
Entonces, con la naturalidad que sólo acompaña a las manifestaciones de lo sobrenatural, el padre O´Mulligan pareció revivir. Se remangó la sotana de escalada (una prenda isotérmica fabricada en Milán) y se encaramó a los hombros de sor Marisol.”

Por último, me gustaría señalar, por un lado, el acierto en la voz narradora: nos da una perspectiva desde el bando vencedor, desde los poderosos, con lo que la crítica no es directa, no es panfletaria, sino irónica ( al modo de la voz narradora de Cinco horas con Mario). Aunque, por otro lado, a veces esta voz parece diluirse en la de otro narrador que estuviera en otro punto de vista, y que tomara partido, inverosímilemnete, con lo que parece criticar. Es una voz bastante ambigua, pienso, que no acaba de fraguar a un personaje real. Pero es que la esencia de este mismo narrador-personaje es irreal (él mismo indica, en cierto momento, que inventa lo que le parece). El final del personaje es de una gran espectralidad: atraviesa las aguas, se desnuda y va al encuentro de la fatalidad. ¿Alegoría final? Bien puede entenderse así.
Pues, pese a las humoradas, y los sarcasmos, el regusto que prevalece de esta lectura es el pesimismo escéptico, el dolor por la hipocresía y el desencanto ante la falta de perspectivas de una sociedad asentada en el engaño.

1 comentario:

  1. Ya tengo ganas de leerlo. Me gusta esa tradición hispana por la sátira y el esperpento. Se nos da bien. El tema del perdón o castigo a determinados sistemas políticos también es muy interesante. Como todo está perdonado, te perdono que hayas tardado tanto en publicar tu primera crítica de 2012.

    ResponderEliminar