simon_pedestal

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lunes, 7 de noviembre de 2011

EL VANO AYER, de Isaac Rosa

En algunas lecturas recientes de autores españoles, he encontrado la necesidad de cierta parte de escritores jóvenes de recuperar la historia cercana de su país, frente a las tendencias más posmodernas y cosmopolitas que dan por zanjado el tema, lo consideran “demodé” o tratado hasta la saciedad.
Pero el punto de partida de El vano ayer es nuevo. No hay realismo, no hay maniqueísmo empobrecedor, sino que se aplican las técnicas de la novela más innovadora, con su mezcla de lenguajes, sus relaciones intertextuales y paratextuales (informes, noticias, cartas, referencias a la documentación), su polifonía perspectivista, la posibilidad de bifurcación de las historias, (¡hasta una parodia a través del palimpsesto de la épica medieval!, lo que resulta sin duda chocante e irónico) y un largo etcétera, pero no como mero alarde formal y rompedor (lo que tampoco lo sería tanto, pues el experimentalismo viene de antiguo, como parecen ignorar algunos modernos), sino con una finalidad explícita: usar nuevas lentes para una historia ya vieja en nuestra literatura española, que en virtud de su visión renovada, cambia casi del todo el prisma y el resultado de la visión.
Es un esfuerzo por superar la dicotomía bondad/maldad y mostrarnos los caminos que aparentemenete llegaron a formar esa dicotomía, pero, ojo, sólo en apariencia. Hay otra realidad debajo: la del olvido, la de la amnistía generalizada con los crímenes, ante los que la conciencia bienpensante vuelve la mirada en nombre de la conciliación, pero que no es sino un subterfugio para el desconocimiento, para el acabamiento real del pasado, que es su ignorancia.
Aunque pueda parecerlo por mi comentario, no es una obra puramente de denuncia, al menos, no abierta. Sino construida, desmontada, remirada desde distintas perspectivas para que sea el lector quien colija lo que le interese, quien monte su propia historia, o, mejor, quien desmonte la propia construcción ficcional de la historia que se piensa oficial y cerrada.
Otro autor que leí recientemente y que también trata el tema de la preguerra y posguerra es Gonzalo Torné, en su Hilos de sangre, novela que merece su propia entrada y análisis. En este caso, la visión resulta más individualista, aunque haya una buena parte de historia un tanto “épica”, el final resultará ser más bien la traición que se oculta tras el individuo. Qué tema favorito de las letras españolas (no podemos olvidar a Javier Marías y su obsesionante tema de la delación y la traición, de lo que se ha de saber aunque no queramos). El párrafo que transcribo a continuación es buena muestra de esta concomitancia en el autor de El vano ayer (hasta en el estilo, creo, puede observarse):

“Cuestión importante, por higiene civil, sería averiguar qué ocurrió con aquella gran red de confidentes, pues todo es aún muy reciente, hace poco más de veinticinco años que cesaron en la prestación de sus secretos servicios, e incluso algunos habrán seguido hasta su retiro, recogiendo datos, informando de los vecinos, porque se trata de una práctica de la que nadie queda libre, el que ha sido soplón lo es de por vida, esa actividad crea tal hábito, tal sensación de poder sobre los demás, que cuesta cortar con ella; el chivato no cesa, sino que traslada su actividad a otros campos”.

Algo que también me parece valiente por parte del autor, si bien narrador mediante, es su reivindicación del marxismo, su apuesta por la antidemonización en tiempos nada prósperos para tales teorías, consideradas acabadas por la mayoría de la intelectualidad, incluida la autoproclamada izquierda. Creo que merece la pena, por su novedad, por su franqueza, reproducir el párrafo siguiente:

“Quizás esa cautela es fruto del temor, consciente o inconsciente, de algunos autores a ser confundidos con vindicadores (y cuando hablamos de comunismo, pareciera que su sola mención ya es una declaración política) en tiempos en que el comunismo, tras su derrota en la guerra fría, malvive zaherido por ideólogos del nuevo orden, libros negros justicieros y teóricos que hacen de la equiparación nazismo-comunismo dogma de fe en periódicas comuniones. De ahí procede igualmente la tibieza en los reconocimientos, tanto en lo colectivo (agradecer al comunismo su lucha por la democracia en España o su papel en la derrota del Tercer Reich pone nerviosos a más de uno, acostumbrados como estamos a próceres transicioneros y bellos soldados Ryan) como en lo individual (se regatea sin vergüenza el homenaje que merecen tantos hombres y mujeres comunistas mortificados en vida y muerte por el franquismo y cuyo resarcimiento moral, e incluso económico, sigue pendiente)”.

La opinión me parece más que elocuente y, como dije, valiente, en cuanto un escritor joven “se atreve” a politizar, a denunciar, pero sin subterfugios narrativos, sin el buenismo en los personajes y sin finales moralizadores. Habla claro y alto. Aunque, por supuesto, la novela no se queda aquí. Esto es sólo uno más de los innumerables rasgos de novedad que aporta sobre el tema de la contienda y la posterior represión.
Las dos novelas que hay en una apuntan hacia la misma dirección: la novela en marcha que se deconstruye y muestra sus engranajes, su tramoya y pone al descubierto su construcción y su propia posibilidad, redunda con la otra historia que va emergiendo tras la reflexión: se muestran los resortes de la historia tardofranquista, se desvelan las distintas posibilidades, se reflexiona sobre distintas elecciones. ¿Para qué? Para mostrar la necesidad de la memoria, de la recuperación de la trama oculta, igual que, paralelamente, se nos muestra la trama novelesca. Son dos desvelamientos: cómo se construye una historia de “ficción” y cómo se construye la Historia, la de no ficción. Y el resultado sorprendente que nos desvela el autor es que ambas surgen de la misma manera, que no hay línea divisoria entre una y otra y que, quizá el acto novelesco pueda servir más que cualquier otro para la revisión y para la denuncia; en definitiva, para la recuperación de la amalgama del olvido de lo que pudo ser y de lo que fue.
Es constante la referencia a las posibilidades de construcción de la novela:

“Una vez más, para demostrar que la novela es un territorio participativo en el que todos tienen su oportunidad, además de un afortunad género híbrido en el que no se aplican exclusiones, el autor reconoce que no piensa escatimar recursos ajenos a la ficción. Son demasiados meses de documentación y lecturas obligadas como para permitir que ciertos tesoros, de imposible encaje narrativo, sean sustraídos al interés del lector.”

Pero esa aparente frialdad narrativa, que nos saca de la ilusión de lo ficticio, para que nos distanciemos de lo contado, no resta sorprendentemente, emotividad y verismo a sus personajes. Pese a que de éstos se nos indique siempre la posibilidad de su ilusoriedad, de que sus vidas pudieron ser o no así, no dejan de emocionarnos y llegarnos profundamente personajes como el inaprensible André Sánchez (cuya figura, junto con la del profesor universitario, vertebra las distintas opiniones y puntos de vista de las diversas voces narrativas que van apareciendo). Y por supuesto nos asalta la figura de ese ¿desvalido? profesor, Julio Denis, con su devenir azaroso y lamentable por los hechos violentos del final del franquismo. A veces, llegamos a sentir su desolación como propia, por ejemplo, cuando fantasea en el club de prostitutas sobre la doble vida probable de su alter ego Guillermo Birón, protagonista de sus novelas vulgares y baratas, que le dan la posibilidad del escape y la evasión, que transmuta su propia realidad en una fantasía penosa. Y otro personaje que nos alcanza por su soledad y su impotencia es la novia de André, Marta, en su destierro y desolación empecinados.
Pero algo que resulta, entre todo, especialmente sorprendente, es que, pese al punto de partida, como dije, frío y razonador, nos queda una imagen del período final del franquismo que poco casa con la imagen oficial de la transición, dulcificada e idealizada hasta el límite. Isaac Rosa desautoriza, realidades y ficciones en mano, esa imagen edulcorada para hablarnos de una violencia, una bestialidad y un control férreo sin igual por parte de la dictadura, a pesar de lo que hayan querido postular los modernos revisionistas del período dictatorial. Se nos describe la tortura, la lucha un tanto desconcertada e inocente de los estudiantes y el dolor y frustración de que todo eso haya caído en el olvido, cuando no en el descrédito más inverosímil. Pero, insisto, lo mejor de todo ello es la posición nada demagógica del narrador y de las voces emergentes del relato. El lector construye su propia lectura (a la manera de Rayuela), y se intenta evitar el maniqueísmo. Sin por ello renunciar a la vindicación de la memoria.
Me alegra, personalmente, que un escritor joven, no educado en el penoso franquismo, sea capaz de transmitir con tanta viveza e inteligencia, y con no poco valor, el caos social y personal que tantos vivieron en un período todavía por elucidar. Y no me extraña en lo más mínimo, que su obra fuera galardonada por un premio en gran medida mítico por quienes lo ostentan, el Rómulo Gallegos.

4 comentarios:

  1. Por fin una entrada en la que puedo opinar aunque tengo que decirte que en la tags se te ha olvidado poner "viejunos" para que con un simple vistazo la gente de bien del penoso mapa literario español pueda saltar sin mas esta entrada y seguir envenenando su mente con la caterva mediática de las TDT. Lean sus señorías a Pío Moa, a César Vidal, a Pedro J. Ramirez... y dejen que los que sentimos, sangramos y vivimos plenamente nuestra vida y nuestro pasado sepamos a dónde no puede ir nuestro futuro.
    no sigo que me enciendo y me salen venillas en la cara...

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  2. Hola:
    Leí este libro más o menos cuando salió y me impresionó mucho que alguien nacido en 1974 (mi año) a sus 30 años pudiese hablar así de lo no vivido. Me pareció un autor de una gran madurez y la historia me sorprendió por lo que tenía de cercano y a la vez de oculto.

    saludos

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  3. Custard, hablemos sólo de Literatura, y esos autores que mencionas no son lo que yo entiendo por literario (si acaso panfletario). De todas formas, la novela de Rosa no es, o no sólo, una reivindicación, pero sí una propuesta moralmente comprometida no ya con la historia, sino con el propio individuo. Qué es ficción y qué no lo es. Es el eterno tema que me interesa especialmente.

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  4. Hola, David. Tienes razón, impresiona la madurez narrativa de este autor, a pesar de su juventud. Tengo pendiente su última novela , La mano invisible, creo, que parece ir en la misma línea de compromiso, pero sin adulteraciones moralistas. Me gusta este autor, definitivamente.

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